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Cancioncitas

El Traje Nuevo del Emperador

Érase una vez, hace mucho, mucho tiempo, un emperador que amaba más que nada en el mundo… ¡la ropa bonita! Todos los días se probaba trajes diferentes, camisas de colores, zapatos brillantes y abrigos suavecitos.

Sus «amigos» del palacio siempre le decían:

¡Qué guapo se ve hoy, su majestad! Ese abrigo azul le queda perfecto.

¡Y esos zapatos dorados brillan como el sol! -añadían otros.

El emperador sonreía muy contento. Le encantaba que le dijeran que se veía hermoso.

Un día, llegaron al palacio dos hombres muy misteriosos. Venían de tierras muy lejanas y dijeron:

Somos los mejores sastres del mundo. Sabemos hacer ropa con una tela mágica muy, muy especial.

Como el emperador adoraba la ropa nueva y la vanidad lo invadía, enseguida quiso conocerlos.

El emperador los hizo pasar, se puso su mejor traje de terciopelo suavecito y se sentó en su silla favorita, rosa como una nube al atardecer. Estaba tan emocionado que casi no cabía en sus pantalones a rayas.

Los sastres hicieron como si cargaran algo muy pesado y lo extendieron en el aire.

-¡Aquí está nuestra tela mágica! -dijeron con mucho teatro.

El emperador y todos sus amigos se acercaron para ver. Pero… ¡no había nada! El aire estaba completamente vacío.

-Esta tela es muy, muy especial -explicaron los sastres con voces misteriosas-. Solo las personas inteligentes y sabias pueden verla. Las personas que no son muy listas… ¡no pueden ver ni un poquito!

El emperador se puso nervioso. ¡Él no veía nada! Pero no quería parecer tonto, así que dijo:

-¡Ah, sí! Es… es muy bonita. Aunque ese color no es mi favorito.

-No se preocupe -dijeron los sastres-. Podemos hacer el color que usted quiera. Solo necesitamos seda, hilos dorados y piedras brillantes. Con nuestra magia especial, haremos un traje que solo los inteligentes podrán ver.

-¡Qué maravilloso! -dijeron todos los amigos del emperador, aunque ellos tampoco veían nada.

-Sería perfecto para su gran desfile -sugirió el mayordomo.

El emperador tragó saliva.

Si todos sus amigos veían la tela, él no podía ser el único que no la veía. Así que decidió fingir:

-¡Perfecto! Les daré todo lo que necesiten para hacer mi traje nuevo.

Durante muchas semanas, los sastres trabajaron en una habitación especial. El emperador les dio todo lo que pidieron: sedas de colores, hilos de oro, perlas brillantes y piedras preciosas.

El mayordomo estaba preocupado porque gastaban mucho dinero.

-No importa -decía el emperador-. Quiero el mejor traje del mundo.

Pero el emperador seguía fingiendo. Cuando los sastres venían a probarle el traje, él temblaba de nervios. No podía sentir nada en su cuerpo, solo su ropa interior. Pero no se atrevía a decir la verdad.

Los sastres, que eran muy astutos, le preguntaron:

-¿Quiere que también le hagamos ropa interior con nuestra tela mágica?

-¡Sí, por favor! -respondió el emperador rápidamente-. Tráiganme más seda enseguida.

Finalmente llegó el día del gran desfile. Los sastres vinieron a vestir al emperador con su traje nuevo. El pobre emperador sonreía, pero tenía mucho frío porque… ¡no llevaba nada puesto!

-Ahora nos tenemos que ir -dijeron los sastres, y se fueron corriendo en sus caballos con todas las cosas valiosas que el emperador les había dado.

El mayordomo salió al balcón y gritó a toda la gente que esperaba en la calle:

-¡Hoy veremos si ustedes son inteligentes! Solo las personas sabias podrán ver el hermoso traje nuevo del emperador.

Las trompetas sonaron: ¡PAN, PARA-RÁN, PAN! Y el carruaje dorado del emperador salió del palacio.

La gente comenzó a gritar:

-¡Qué hermoso! -¡Increíble! -¡Qué elegante! -¡Nunca había visto algo tan lujoso!

Todos fingían ver el traje porque no querían parecer tontos.

El emperador subió a una gran plataforma en el centro de la plaza para dar su discurso. Toda la gente se quedó callada para escucharlo. Pero entonces…

Un niñito que estaba con su papá gritó con su voz clara y fuerte:

-¡Papá! ¿Por qué ese señor no tiene ropa?

Y así fue como un niño pequeño, que no tenía miedo de decir la verdad, descubrió que el emperador había sido engañado por dos sastres muy pícaros.

Porque a veces, los niños son los más sabios de todos, ya que ven las cosas tal como son, sin miedo a decir lo que piensan.

FIN

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Recuerda siempre decir la verdad, como hizo el niñito valiente.